martes, 22 de enero de 2008

La Televisión y sus efectos


“Hernán (5 años): Había una nena desnuda y el señor la besaba y ella lo pateaba. Alguien no quería que le usara el auto del papá y le gritaba. Después estaba en penitencia.
Adriana (7 años): Un hombre le quería hacer eso a una chica y ella no quería. Después la cargaban porque iba a tener un bebé y no se había casado. Después le hacían un juicio, no se para qué. Hay que ver la película para saber bien.
María Laura (11 años) Uh... es horrible. Mi mamá no me deja ver esas cosas de violaciones y tipos que matan porque si. Si, era una violación y es tipo después la perseguía y ella iba a un juicio y los amigos del tipo se alegraban ella no podía demostrar que la habían violado. No me gustan esas películas.
Los tres relatos anteriores fueron hechos por niños que tuvieron la oportunidad de ver avances televisivos hechos durante la transmisión de programas infantiles”(Azzolini-Gonzalez, La educación y el mensaje televisivo, 1995).
La televisión se ha convertido en la musa inspiradora de aquellas personas que encuentran en la ficción el guión de sus propias vidas.
La realidad nos demuestra que afecta más a niños y adolescentes, puesto que están más propensos a querer construir su propia vida o identidad según patrones o modelos de vida brotados por la necesidad de vender mercancía barata pero segura: sexo, escándalos y violencia.
Una encuesta del Centro de Estudios de la Opinión Pública (CEOP), indica que el entretenimiento principal del 77 % de los argentinos es mirar televisión, y casi el 84 % le destina a dicha actividad más de dos horas diarias. De los 2.926.089 niños de entre 5 y 14 años residentes en Capital Federal y Gran Buenos Aires, un 40 % mira de 3 a 5 horas por día.
Acerca del impacto de la violencia televisiva en el universo infantil, las Universidades de Quilmes, Buenos Aires y Belgrano, en un trabajo conjunto, descubrieron que en 242 horas de programación reconocieron 4.703 escenas de violencia. Según esta estadística, cada tres minutos se producen imágenes de agresión que se duplican los fines de semana y en períodos de vacaciones. Los autores concluyen que, a lo largo de seis años, un menos acumula en su memoria un total de 85.410 escenas violentas.
La televisión entra a nuestro hogar sin pedirnos permiso, y causa ciertos efectos cognitivos que son considerados como influyentes y conformadores de las opiniones y creencias individuales sobre el mundo que nos rodea.
En este contexto JENHINGS BRYANT / DOLF ZILLMANN en la obra “Los efectos de los medios de comunicación”, expresan: “Se pretende que la televisión sea una entre varias fuentes de información del mundo real que el ser humano tiene consideración cuando desarrolla sus propias opiniones e impresiones sobre la realidad social”.
De acuerdo con lo expuesto anteriormente, es posible entonces construir un vínculo relacionado con los efectos cognitivos centralizado en la cuestión sobre los límites entre la realidad y la fantasía.
“Aquí, la cuestión readica en evaluar hasta qué punto la televisión propendería a confundir al niño sobre sus nociones acerca de lo que es empíricamente posible o imposible” (Azzolini/Gonzalez, La educación y el mensaje televisivo, 1995).
Un ejemplo paradigmático puede encontrarse en la ya clásica obra de MANDER (1984)
“Cuatro razones para eliminar la televisión”. En esta obra el autor vincula el problema genérico de la relación fantasía-realidad con el de la naturaleza de la imagen televisiva y su incidencia en la mente del niño.
En una de sus afirmaciones construye el siguiente enunciado: “Uno de los principales efectos de la TV es tener la capacidad como medio, de transplantar imágenes en la mente de niños y adultos”.
Y hace referencia a que “La mente humana no contaría con mecanismos innatos para discriminar entre las imágenes asimiladas en su propia experiencia directa sobre el mundo y aquellas asimiladas por un medio artificial como la televisión”.
Continuando con su apreciación, relata que ”la razón de esta obedecería, en términos funcionales, a la ausencia de la correspondiente necesidad, y en términos adaptativos, porque ello supondría a priori la existencia de una actividad disociativa alienante” A este fenómeno Mandel lo denomina cinismo sensorial. El autor concluye “que en la medida en que las personas se encuentran indefensas ante la invasión de imágenes televisivas, no pudiendo tampoco diferenciarlas de las propias sin salvaguardar la identidad de estas últimas, comienzan a perder control sobre sus imágenes, lo que equivale a perder el control sobre sus mentes”.
En relación a este punto, traigo a nuestra memoria el caso ocurrido en Jonesboro, Estados Unidos donde dos menores acribillaron a cinco compañeros, disfrazados de Rambo.
A esta altura del desarrollo es necesario definr a los efectos de la televisión como “Todo cambio de estado físico, mental y conductal, distinguible, circunscribible y/o mensurable, y que afecta al desarrollo del individuo, así como a sus procesos de comunicación e interacción social con sus semejantes”. “La expresión <> es objeto a su vez, de una determinación cuidadosa puesto que incluye los determinados procesos cognitivos, tales como percepción, memoria, pensamiento y comprensión; los fenómenos de la esfera afectiva, como emociones y sentimientos; la dimensión intencional y actitudinal; los aspectos más estables y estructurales como los sistemas de valores y creencias básicas y la personalidad”. “Se reconoce a su vez, el nivel conductual en todo acto motor y verbal humanamente significativo”. (Azzolini-Gonzalez, La educación y el mensaje televisivo, 1995).
Instalados ya en este escenario, tenemos la certeza que existe la comprobación científica acerca de los efectos que pueden producir los mensajes televisivos en un individuo.
Según ALBERT BANDURA, eminente protagonista de la opinión de que “la violencia televisiva es potencialmente nociva porque aporta modelos de comportamineto agresivo que pueden ser copiados por los espectadores, especialmente los niños”. (Bryant/Zillman, Los efectos de los medios de comunicación, 1996).
Según RICARDO SAHOVALER, psicoanalista infantil y autor del libro Psicoanálisis de la televisión, en la nota del 26 de abril del corriente año en Revista La Nación expresa: “...El efecto persiste aún después de apagar el aparato. Pero el discurso fragmentado constituye el problema más significativo del horario de protección. La tele no da tiempo para pensar, Su mismo ritmo hace que el contenido se pierda tras la publicidad que muestra una mujer semidesnuda o secuencias de Duro de Matar como por ejemplo. Esa descontextualización en los avance es más lesiva que una película entera de sexo o acción. La fragmentación del discurso se registra como algo traumático”.
Vale aclarar que nos centraremos en los efectos de la violencia en la televisión y en cómo ésta afecta a la conducta en los niños y adolescentes, puesto que el tema es mucho más extensivo a otros segmentos, como así también a las actitudes.
Por lo tanto y a partir de lo expuesto, profundizaremos sobre el comportamiento agresivo de este grupo de espectadores a través de dos hipótesis que hacen referencia a la imitación y a la desensibilización como mecanismos que actúan en los efectos del comportamiento.
“En una serie de experimentos de laboratorio, BANDURA (1978, 1979, 1982, 1985) exploró las conexiones entre la exposición a violencia televisiva o cinematográfica y sus descubrimientos indicaron que se puede motivar a los niños a comportarse de modo más agresivo después de un proceso de desinhibición y también a un aprendizaje observador en el cual imitan el comportamiento de los modelos visionados. Los experimentos de Bandura demuestran que al haber presenciado agresión en la vida real o en una película de dibujos animados, siscitaba comportamiento agresivos imitativos en los niños”.
“En otras palabras, la contemplación de personajes televisivos favoritos de conducta violenta en la pantalla provocaba una identificación de los niños con dichos actores y con sus acciones, lo cual, en circunstancias propicias, podría provocar su imitación”. (Bryant / Zillmann, Los efectos de los medios de comunicación ).
Mientras tanto, la Dra. MADELINE LEVINE en su obra “La violencia en los medios de comunicación”, 1997, expresa: “Los niños son excelentes imitadores. Aunque la imitación no es el único mecanismo que tienen los niños, es el primero y sienta las bases del aprendizaje futuro”.
Continuando con el relato la doctora explica: “Como los niños imitan permanentemente a la gente que los rodea, es lógico que también imiten a las personas que ven en la televisión o en el cine”.
Como ejemplo de lo expuesto, la autora cita el caso de “un niño de cinco años que le prendió fuego a su casa y causó la muerte de su hermanita de dos años, después de haber visto un episodio de Bravis y Butt-Heat (dos preadolescentes estúpidos que disfrutan realizando actividades antisociales)”.
Es importante definir entonces que el aprendizaje por observación “Se realiza mediante el modelado de las conductas de los demás y de sus resultados. Implica integrar la nueva información con la que ya se posee. Comparándola en función de sus semejanzas y diferencias, de los resultados obtenidos por ambas personas (la que modela y el modelo) en las situaciones en los que fueron aplicados, ordenándola, clasificándola, jerarquizándola, o sea, organizándola y descubriendo – construyendo las reglas necesarias como para llevarlas a cabo (cuando esta información fuese transformado en acción) de la manera más adecuada posible. Se modelan tanto acciones, como pensamientos y sentimientos”. (Chazenbalk, Liliana, Psicología Cognitiva, 1998).
También se hizo referencia a la desensibilización “Según esta hipótesis, el argumento sostiene que los jóvenes espectadores se acostumbran de manera creciente a la violencia de los programas que consumen si lo hacen de forma intensiva”.
“En consecuencia, crece la demanda de una mayor cantidad y un mayor contenido violento a medida que los espectadores se habitúan y por lo tanto, se pierde el <> y en consecuencia su atractivo”. (Bryant / Zillmann, Los efectos de los medios de comunicación, 1996).
“Otras investigaciones realizadas a niños relativamente asiduos (más de 25 Hs. Semanales) manifestaron una respuesta mucho más débil ante la violencia televisiva en términos de medición y excitación fisiológica, que los espectadores mucho menos asiduos (menos de 4 hs. Semanales)”. (Cline, Croft, Courrier, 1973).
De acuerdo a esta hipótesis la Dra. Madeline Levine manifiesta en su obra La violencia en los medios de comunicación que “El problema de la desensibilización es igual de grave y más complejo, y probablemente compromete una mayor cantidad de niños”.
Y menciona que desensibilización “Es una clase de aprendizaje mediante el cual cada vez reaccionamos menos ante ciertos hechos”.
Culmina su relato acerca de esta hipótesis generalizando que “En el mundo donde el asesinato llega a nuestros hogares todas las noches a través de noticieros, donde la forma de asesinato más común es la violencia fortuita, y donde las armas de fuego son la principal causa de muerte de grandes segmentos de nuestra población es, quizás, la peor amenaza a todos. Al volvernos menos reactivos ante el sufrimiento humano empezamos a perder noción de lo que significa ser humanos. Aunque no lleguemos jamás a aprobar la violencia ni a participar en actos violentos, quizás la violencia no nos disgusta tanto como debería”.
La televisión no distingue entre sus espectadores por lo tanto, los niños están expuestos a muchos programas que no están dirigidos a la audiencia infantil.

Para concluir con el desarrollo teórico, un párrafo de la Dra. Levine:
“Cuando los ejecutivos de la Industria del Espectáculo insisten en que las ganancias anteceden a la responsabilidad, no están viviendo de acuerdo con su compromiso de servir al público. Cuando los padres permitimos que nuestros hijos vean horas enteras de violencia irracional, no estamos viviendo de acuerdo con nuestro compromiso de proteger a nuestros hijos.
Los niños están siendo lastimados.
Son lastimados cuando son víctimas o autores de una violencia insensata, que los medios de comunicación exaltan. Son lastimados cuando ven al mundo como un lugar corrupto y aterrador, en el cual solamente los bienes de consumo proporcionan satisfacción y paz mental.
Son lastimados cuando se vuelven tan dependientes de las ráfagas de las armas de fuego y de los efectos visuales prefabricados que ya no pueden inventar sus propias imágenes o soñar sus propios sueños.
Es hora de dejar de lastimar al sector más vulnerable de nuestra población. Es hora de empezar a proteger a nuestros hijos”.

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